El 11 de julio de 1934, los 27 sindicatos regionales asistentes, agru�pados en el sector minero, metalúrgico y siderúrgico de México, decidieron fusionarse para integrar una sola gran organización nacional y constituir el glorioso e histórico Sindicato Industrial de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana, convertido hoy en el Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos, Siderúrgicos y Similares de la República Mexicana, mejor conocido como los mineros en todo el mundo.
Han pasado 81 años de su fundación y transcurrido fuertes periodos de crisis, de efervescencia, de retos y de avances muy importantes, no sólo para los mineros, sino para la clase trabajadora en su conjunto. Los líderes que integraron esta representativa y fuerte organización sindical fueron hombres visionarios que decidieron a través del esfuerzo y de los años integrar y dar identidad a un sector trascendental de la industria y de la economía nacional a través de una sola agrupación.
En 1960 el sindicato nacional eligió como su dirigente máximo a un hombre que por su experiencia, inteligencia y conocimiento de la actividad condujo a los mineros hacia una nueva etapa de modernización y de consolidación de la lucha social para defender los derechos de los trabajadores y sus derechos humanos, como lo fue don Napoleón Gómez Sada. Un hombre sabio, recto, íntegro y fuerte que condujo el destino de los trabajadores mineros hacia nuevas metas y objetivos de bienestar y de justicia que era necesario proteger.
Gómez Sada fue un líder que en cuerpo y alma defendió a la clase obrera del país, pero también a la organización sindical que le dio origen. No hay un solo trabajador de este sector básico de la actividad industrial que no haya recibido el apoyo, el aliento o el consejo de este personaje que le permitiera trascender y satisfacer sus necesidades o superar los problemas que padecían. Líderes como Napoleón Gómez Sada solían decir, ojalá pudieran reproducirse en muchas agrupaciones de México, y seguramente otra situación muy distinta estaría viviendo nuestro país.
La actividad minera y siderúrgica, al igual que otras, es de naturaleza cíclica. Es decir, se mueve con periodos de crecimiento prolongados para seguir muchas veces con la recesión y el estancamiento. Líderes del tamaño de Gómez Sada, y los que lo antecedieron en la vida sindical, han contribuido con su sensibilidad y brillantez a salir adelante y superar los enormes retos que frecuentemente crean graves problemas para este importante sector industrial, además de garantizar la tranquilidad laboral y la paz social.
Sin embargo, el ataque violento y cobarde que sufrió el sindicato nacional de mineros durante los últimos nueve años no tiene precedente en la historia de esta increíble asociación de los trabajadores mineros del país. Nunca antes en los 81 años de actividad sindical se había padecido a una mafia de los políticos y empresarios más corruptos de México, aliados como en hermandad del mal, de intereses y ambición desmedidos, en contra de todo un gremio y de su dirigencia sindical. Los siniestros presidentes, accionistas y directivos de un grupo de cuatro empresas decidieron por ignorancia, estupidez, mala fe e irresponsabilidad atacar a los mineros con el ánimo de destruir a la organización sindical nacional y a sus líderes. La arrogancia de esos sujetos y la impunidad con la que han actuado se debe a la complicidad o debilidad de los diferentes gobiernos que México ha padecido, y no los han podido detener, los cuales han sumido al país en la arbitrariedad, el abuso de poder, el tráfico de influencias y la corrupción sin límites.
Hoy México se ve como una nación sin control y con una imagen totalmente deteriorada en el mundo, debido a las acciones criminales de los Larrea, Bailleres, Ancira y Villarreal Guajardo, entre otros muchos más. Los mexicanos nunca deben olvidar quiénes han saqueado al país, explotando la mano de obra y los recursos naturales en forma descarada, sin frenos y sin límites. Esos son los mismos que han acumulado enormes fortunas que lastiman y ofenden a más de la mitad de la población que vive en la pobreza y la marginación.
Son esos mismos individuos que a lo largo de estos últimos nueve años se han dedicado a corromper a los medios de comunicación, a un pequeño grupo de tipos llamados líderes, sumisos, dependientes y controlados como títeres a su servicio para traicionar a la gran organización nacional de los mineros, porque al carecer de escrúpulos y principios se someten para que abusen de ellos y les sirvan a esos mismos empresarios en los ataques, calumnias y mentiras que es lo único que pueden o saben hacer. Por supuesto que junto a esos charros sindicales, que representan la basura y la escoria del movimiento sindical, y a los periodistas y locutores entregados a esos mismos corruptos empresarios, se han subordinado muchos abogados, jueces, magistrados, políticos y hasta ministros de la Corte que han pervertido la impartición de la justicia y la aplicación correcta del estado de derecho.
Siendo lo anterior una realidad, no debemos sorprendernos de lo que sucede en México en estos días, ni del deterioro creciente del prestigio del país a nivel internacional. Son increíbles la irresponsabilidad y la falta de sensibilidad para darse cuenta de la grave crisis que estamos padeciendo. Debemos demandar que se detenga el cinismo y exigir que se corrija o elimine el sistema de corrupción y la falta de dignidad. Los responsables, empresarios, políticos, medios y traidores, tienen nombre y apellido y seguramente la historia los alcanzará y los juzgará como corresponde a los verdaderos traidores de la nación.
Afortunadamente todavía se conservan con una gran fuerza y en lucha permanente por la justicia, la equidad y un mayor bienestar, organizaciones nacionales de sindicatos como los mineros, que están a la vanguardia de los esfuerzos por superar los graves problemas de falta de libertad y democracia, pero también de constituir un ejemplo y una inspiración para la dignidad humana. Que viva el sindicato nacional de mineros al cumplir 81 años de vida y que se conserve por lo menos durante las próximas ocho décadas.
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Fuente: Napoleón Gómez Urrutia, La Jornada.
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