Toda efeméride conlleva meditación sobre el tiempo transcurrido y sobre los logros obtenidos. En cuanto a las fiestas patrias, a 190 años de las luchas libertarias que dieron origen a la República y después de cinco siglos de coloniaje, hoy tenemos un país en emergencia, es cierto, pero más en el mundo virtual donde se nos atiborra de propaganda oficial donde todo funciona como reloj suizo, no así en el mundo real, donde los atávicos problemas de la patria solo se tocan tangencialmente y menos se solucionan.
En esta columna, que trata del sector minero, cabe puntualizar que la riqueza minera del continente (y de manera particular aquella del legendario Cerro Rico de Potosí) fue la que justificó la conquista y el coloniaje a los ojos del Viejo Mundo, y la que dio renombre a la naciente república en aquellos lejanos tiempos, cuando las gestas libertarias concretaron el sueño de los libertadores de emancipar el continente americano. Bolivia, con semejante heredad histórica y conocida desde siempre por su gran riqueza, no logra después de casi dos siglos de independencia estructurar una industria sostenible y competitiva. En vísperas del bicentenario, nuestra ��industria�� declina, el sector informal, con prácticas mineras que recuerdan aquellas de los legendarios mitayos de la Colonia, controla más de la tercera parte del movimiento económico del sector; los pocos empresarios privados están arrinconados por la presión política de un modelo que no los soporta, hacen maletas o se resignan a medrar de lo que todavía tienen de tiempos mejores, cuando no supieron concretar una burguesía minera que debiera haber controlado la industria. Un sector estatal vapuleado históricamente no halla rumbo en este mar de incertidumbre. Pese a tener todos los ases en este juego de intereses, trata de ajustar la Ley 535 de Minería y Metalurgia, del 28 de mayo de 2014, para mostrar un país con rostro amable a los inversionistas; lanza un plan sectorial que es más cáscara que nueces y da vueltas en querer resucitar los elefantes blancos del periodo republicano, pero sin éxito y a todas luces con muy poca proyección. Adicionalmente, y por si lo anterior fuera poco, ningunea a Potosí, un departamento donde se encuentra el mayor potencial minero de este país y de donde viene, en cifras redondas, el 94% del plomo, el 89% del zinc y el 91% de la plata que exportamos, y donde se ubican los pocos proyectos con algún futuro para las nuevas generaciones, como son el salar de Uyuni y Mallku Khota.
Así, a tropezones, camina una historia minera de cinco siglos ya bicentenaria bajo el supuesto control de los bolivianos, mostrándonos de cuerpo entero luchando por mezquinos intereses corporativos, dilapidando una herencia de esforzados exploradores, de duros mineros y de algunos lúcidos empresarios que pudieron colocar alguna vez a Bolivia en el mapa de la minería mundial.
También nos muestra la lucha de intereses políticos de toda laya que impiden el desarrollo del sector formal de la industria y fomentan la informalidad, el inacabable inicio de planes que nunca terminan y el protagonismo inútil de élites momentáneas, muchas veces improvisadas, que nos alejan cada vez más de la marca registrada que nos identificó a lo largo de los siglos: país minero. Ojalá estas fiestas patrias marquen un momento de lucidez que nos una, que nos impulse a desarrollar una industria que ha sido siempre nuestra, la minería en su sentido más amplio. Felicidades Bolivia.
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Fuente: www.la-razon.com
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