Queremos teléfonos celulares. Queremos computadoras. Queremos autos, moda y rock and roll. Anhelamos la comodidad que nos procuran los aparatos electrodomésticos, los productos de moda y los que no estén de moda pero que nos faciliten nuestra vida diaria. Demandamos detergentes, cacerolas, focos, vendas de yeso, tatuajes, crayolas. En suma: queremos tener a nuestro alcance todos los derivados de la minería, pero al mismo tiempo vemos a dicha actividad como el patito feo del progreso, como una práctica políticamente incorrecta, un mal necesario.
Para quedar bien con lo que creemos que es nuestra conciencia ecológica, desde nuestros ipads subimos a las redes sociales nuestros mensajes reprobatorios de toda práctica que atente contra el bienestar de la Madre Tierra y protestamos por la próxima apertura de una compañía minera cuya operación interferirá con la ruta tradicional de los huicholes. En suma, somos políticamente correctos. Y como siempre pasa con casi todo lo que es políticamente correcto, ésta, nuestra álgida protesta contra lo que le hace daño al ecosistema, encierra una doble moral.
Si fuese auténtica y comprometida nuestra preocupación por el medio ambiente, no estaríamos consumiendo los derivados de la minería, ni estaríamos patrocinándola con nuestra cómoda dependencia hacia ella. No usaríamos celulares, ni jeans, ni puentes dentales, ni discos, ni medicamentos. Prescindiríamos de los autos, la moda y el rock and roll, porque hasta los instrumentos musicales están fabricados, en su mayor parte, con productos minerales. No nos pondríamos joyas ni maquillajes, ni nos pintaríamos el pelo. No veríamos películas. Precisaríamos de otros materiales distintos a los que se emplean para hacer arte o muebles o perfumes. Nuestros edificios, puentes y carreteras estarían hechos con otros insumos diferentes. �Cuáles? �Los derivados de la madera? �Y eso sería ecológico?
Atacar a la minería equivaldría a zamparse glotonamente un salmón a la plancha y luego buscar pleito con los pescadores de salmón por dedicarse a tan reprobable ocupación que tanto afecta a tan sabrosos animalitos.
Ahora bien: es absolutamente legítimo que la sociedad, o al menos una parte de ella, esté interesada en que los procedimientos de extracción minera sean adecuados y legales, y es también legítimo denunciar toda práctica que contravenga lo anterior. Pero de ahí a que se meta en el mismo saco a toda la actividad minera, la que se hace correctamente y la que no, hay un trecho muy fácil de transitar.
Si queremos poner las cosas en blanco y negro, digamos que los mineros son los que hacen el trabajo sucio que se requiere para que este barco llamado Civilización prosiga su camino, así como lo conocemos. Resulta hipócrita toda postura que denueste el trabajo sucio, pero que al mismo tiempo siga encaramada plácidamente en el buque.
Kutzi Hernández /Outlet Minero
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