El Centro de Experiencias y Museo de la Minería de Sotón fue inaugurado el 23 de marzo con la intención de dar al público la oportunidad de experimentar las sensaciones que se viven en el interior de una mina sin necesidad adentrarse en sus galerías.
«Se trata un centro de interpretación interactivo en el que los que tengan vinculación con la minería podrán revivir experiencias y recordar anécdotas, mientras que los que no la tengan sentirán lo que experimenta un minero en su día a día», explica Jesús Fernández Cid, director de Fusba (Fundación Santa Bárbara), la entidad encargada de la gestión de las instalaciones museísticas ubicadas en la antigua casa de aseos del pozo samartiniego.
Pagada la entrada de 3,50 euros –dos para los estudiantes, desempleados y jubilados–, puede hacerse el recorrido libremente o esperar a que comience la visita guiada, que se realiza dos veces al día, a las 12 y a las 16 horas. En ambos casos, la visita, al igual que la jornada laboral de los mineros, empieza y termina en la lampistería. «Nada más llegar los mineros recogían la lámpara y el rescatador, cogían su ficha del cajón y la colocaban junto a su número en el casillero. Aquí también tenían lugar las asambleas sindicales», detalla Mari Carmen Martínez, una de las guías.
El recorrido continúa en el exterior, junto al memorial. «Está formado por 540 placas que recuerdan a los mineros fallecidos a partir de 1967, cuando Hunosa absorbió la mayor parte de las industrias de carbón independientes de la región. Se está trabajando para ampliarlo», anuncia. A los pies del doble castillete, Martínez resume la historia del pozo. «Se construyó en el siglo XIX, siendo el primero de extracción vertical, propiedad de Duro Felguera. El diseño de la estructura corrió a cargo de Eiffel». Tanto la zona de clasificación de carbones (réter), como la sala de máquinas y las oficinas sindicales –cerradas al público– fueron declaradas Bien de Interés Cultural en 2014. De vuelta al interior, se pasa al piso superior, puesto que la planta baja aún no está habilitad pero en un futuro «estará dedicada a la exhibición de maquinaria». Arriba, los lavabos, espejos y azulejos, aunque restaurados y limpios, son los originales de 1976. El espacio es enorme; «había hueco para 1.550 trabajadores divididos en dos turnos».
Del techo penden las perchas –que adornan casi toda la exposición– en las que los mineros colgaban la ropa antes de la llegada de las taquillas. «Este es de los pocos pozos en el que convivieron ambas. Colgaban la ropa de trabajo en las perchas y la de calle en las taquillas», comentó. ‘Puxa Sporting’ o ‘Vota SOMA’ son algunas de las pegatinas que aún lucen estos armarios de metal.
Nuevas tecnologías
A partir de aquí comienza el relato del nacimiento de la hullera. En la parte derecha de la sala, un gran mural representa los pozos de las cuencas mineras. Más adelante, situada sobre una mesa de madera maciza perteneciente a algún despacho, una pantalla táctil muestra a la carta las fotografías y características de las explotaciones de la región.
Los sonidos a lo largo de todo el recorrido, al igual que en el interior de la mina, poseen una gran importancia. En algunas taquillas cuelgan auriculares, que permiten escuchar los sonidos más significativos tales como el movimiento de la jaula o de la sala de compresores. La marcha, delimitada por estructuras de entibación de madera, sigue por el área dedicada a la jornada laboral con la recreación de un almacén, la explicación de la jerarquía minera y la importancia de la mujer en la mina. En mitad de la sala hay una vagoneta de 500 kilos sobre raíles. «Empujad», anima la guía. Cuesta moverla. «Los vagoneros de principios de siglo empujaban cargas de una tonelada durante 14 kilómetros», añade.
Con el paso de los años también fue cambiando la ropa de trabajo. Para ilustrarlo, sobre la mesa se exhiben diferentes prendas de vestuario ordenadas cronológicamente. Antes de cambiar de compartimento, toca hacerse una foto sobre un croma para inmortalizarse con paisajes mineros antiguos y después poder enviarla por email, pero no es la única diversión. Más adelante espera el Minecraft, que recrea las instalaciones del pozo en un espacio con calculadoras, máquinas de escribir y centralitas del siglo pasado.
El itinerario continúa con un juego voluntario. Dentro de una pequeña sala se puede experimentar la sensación de estar en el interior de una galería sin luz. La única manera de salir es siguiendo la cuerda. Para los que no quieran pasar por esta experiencia hay un atajo que lleva directamente a una reconstrucción de las dependencias del Adaro, con los diferentes utensilios médicos provenientes de varios pozos.
En esta parte se enumeran las principales causas de muerte –con el grisú a la cabeza–, la importancia de un buen control ambiental y la aplicación de las medidas de prevención de riesgos. Prueba de ello son los carteles de advertencia expuestos a lo largo del recorrido ‘Prohibido bajarse del tren en marcha’ o ‘Prohibido meter la mano entre los topes’. La tragedia se ejemplifica a través del accidente de La Carinsa, en el que perdieron la vida siete mineros en 1958. «Es el mejor documentado». Solo queda la mineroteca, donde el archivero trabaja para dar respuesta a los que solicitan que un familiar fallecido pase a formar parte del listado de los nombres del memorial. Y se exponen fotografías del archivo. La idea es que las imágenes se multipliquen y el mobiliario vaya cambiando. «Es un museo vivo».
Fuente: elcomercio.es
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