El sector minero del país llega al cierre de 2025 en un escenario complejo. Si bien la producción mantuvo un ritmo ascendente y permitió que la industria conservara su peso dentro de la economía nacional, otros indicadores —particularmente los relacionados con exploración e inversión— encendieron alertas que podrían influir decisivamente en el comportamiento del próximo año.
Producción en ascenso, inversión contenida
De acuerdo con cifras oficiales, el valor de la producción minero-metalúrgica creció de manera importante durante 2024 y sostuvo su impulso a lo largo de 2025. Este desempeño permitió que la minería aportara alrededor del 1.3 por ciento del PIB, ratificando su papel estratégico para diversas cadenas productivas.
Sin embargo, el flujo de capital no avanzó al mismo ritmo. La inversión total apenas mostró un incremento marginal y se situó alrededor de los 5 mil millones de dólares. Aunque representa un repunte, sigue siendo insuficiente para una industria que depende de inversiones continuas y de largo plazo.
La exploración toca su punto más bajo
El mayor foco de preocupación proviene de la exploración. Durante el último año, esta actividad cayó más de 11 por ciento, ubicándose en su nivel más bajo de los últimos tiempos. La reducción no solo limita la posibilidad de descubrir nuevos yacimientos, sino que compromete el futuro de la industria, ya que la exploración es la base de cualquier proyecto minero.
A este escenario se suma la acumulación de trámites ambientales pendientes. Cientos de solicitudes permanecen sin resolución, lo que ha frenado la apertura de nuevos proyectos o la ampliación de operaciones existentes. La incertidumbre generada por estos retrasos también impactó la confianza de los inversionistas extranjeros, cuya participación se redujo de manera notable durante 2025.
Representantes del sector han advertido que, si esta tendencia persiste, el país podría enfrentarse a un estancamiento difícil de revertir.
Una industria obligada a repensarse
El año también estuvo marcado por un escrutinio social y ambiental cada vez más fuerte. Temas como el uso responsable del agua, la relación con comunidades y la reducción del impacto ambiental ya no son asuntos secundarios; hoy forman parte del núcleo de evaluación de cualquier proyecto minero.
Ante este nuevo contexto, muchas empresas han redireccionado recursos hacia programas sociales y tecnologías que reduzcan su huella ambiental. El mensaje es claro: la permanencia de la minería en el país dependerá, en buena medida, de su capacidad para operar con transparencia y rendición de cuentas.
Lo que podría venir en 2026
Para el próximo año, los especialistas coinciden en que el sector se encuentra frente a una oportunidad y un riesgo en igual medida. La demanda global de minerales estratégicos —impulsada por la transición energética y por industrias como la automotriz y la electrónica— abre un espacio relevante para México. Pero aprovecharlo dependerá de que se destraben permisos, se impulse nuevamente la exploración y se restablezca la confianza en el marco regulatorio.
Si las condiciones no mejoran, la industria podría mantener una operación estable, pero con un crecimiento limitado y sin capacidad de expansión significativa.
Un año decisivo
En resumen, 2025 dejó en claro que la minería mexicana se encuentra en un punto de inflexión. Los logros operativos contrastan con los desafíos estructurales que deberán abordarse de inmediato. El rumbo de 2026 dependerá de decisiones clave en materia regulatoria, ambiental y de inversión, factores que determinarán si el sector logra avanzar hacia un modelo sostenible y competitivo o si se ve obligado a operar bajo un esquema de contención.
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