Minas, Mineros y Leyendas

La superstición, la magia y las leyendas han estado presentes en la vida del hombre desde su aparición sobre la superficie de la tierra.
El hombre no quiere ni puede vivir sin tener en quién creer, es necesaria la presencia de un ser sobrenatural y poderoso en quien el hombre deja la responsabilidad de responderle en todas las necesidades que le surjan al paso del tiempo.
La superstición, pese a la tecnología, permanece en la vida de los hombres de mina que se enfrentan a la roca granítica para extraerle sus riquezas y secretos. El minero es quizá el hombre que más supersticiones y leyendas tiene en su haber.
La superstición se mueve libremente y a veces como indiscutida soberana en el ámbito de la vida, particularmente en la de los hombres dedicados al duro destino de robarle sus tesoros a la madre tierra, a veces insaciable devoradora, otras veces protectora del destino de los hombres y, en fin, amante con todas las facetas de mujer.
La madre tierra, diosa que en la vida del campesino y vaquero, es bondadosa y apacible, en sus profundidades llega a convertirse en una deidad terrible y a veces diabólica.
Las leyendas y los cuentos son características de los pueblos mineros, no solamente de México sino del mundo entero. Serán ciertas o acaso nacidas de las supersticiones, lo cierto es que este tipo de consejas circulan y todavía en mucho lugares causan temor.
Las mujeres jamás deben bajar a una mina
Durante mis años como minero, era tabú que las mujeres bajaran a una mina; lo anterior basado en que las minas eran como mujeres y que se ponían celosas cuando alguna mujer entraba a las entrañas de la tierra.
En ocasiones la veta se perdía, o bien el mineral bajaba sus contenidos en oro y plata.
En las minas de carbón las mujeres no bajaban a las minas porque eran de mala suerte.
Lo cierto no es que fueran de mala suerte, sino que el desconocimiento de las condiciones de seguridad provocaban accidentes ante la presencia del gas grisú o metano. Su mal manejo ocasionaba grandes acumulaciones, sobreviniendo espantosas explosiones que quitaban la vida a gran cantidad de mineros.
En muchos países donde se practica la minería, la santa patrona de las minas es Santa Bárbara, quien se supone protegía a los mineros de las fatídicas explosiones, y el único día permitido que las mujeres bajaran a las minas era el día dedicado a la santa patrona.
Así que si una mujer quiere bajar, adelante, espero que la mina no se ponga celosa como toda mujer.
La Peña de las Monjas
Esta leyenda se desarrolla en la parte del bajío de la República Mexicana. Cuentan que un día un grupo de monjas deciden hacer una procesión desde la poblacion de Atotonilco El Grande hasta la no muy cercana Actopan.
Aquellas monjas sufrieron la tentación del maligno y quienes no tenían muy arraigada su fe y llegaron a arrepentirse de hacer ese largo y cansado viaje, y por su flaqueza fueron convertidas en rocas.
Nos viene a colación aquel pasaje bíblico en el antiguo testamento, cuando por la desobediencia de los hombres, Dios decide acabar con las ciudades de Sodoma y Gomorra. Al justo Lot le ordenó salir con su familia y se refugiara en una población pequeña, diciéndole que por ninguna razón fuera a voltear hacia atrás.
La mujer de Lot que por la falta de fe y su curiosidad se convirtió en estatua de sal cuando voletó la vista hacia atrás y desobedeció el mandato de Dios.
Leyenda de San Lorenzo, patrono de la minería
Se ubica a San Lorenzo en el siglo tercero después de Cristo; su nacionalidad fue española.
Se cuenta que Valeriano, emperador de Roma en aquella época, codicioso y despótico, ejerció el poder en forma cruel.
Según la leyenda, Valeriano concibió la idea de apoderarse de los tesoros de la iglesia, --abundantes en oro y plata-- y ordenó detener a Lorenzo para que se los entregara.
El futuro santo le pidió tres días para reunirlos y entregárselos, argumentando la abundancia de los mismos.
Cuando ya los hubo juntado y con el propósito de salvar los bienes de la iglesia, los escondió bajo tierra lejos del alcance del emperador y posteriormente llevó a quienes tenían en cuerpo y alma las marcas evidentes del dolor y el sufrimiento para presentárselos al emperador romano como los bienes de la iglesia.
Cuando éste se dio cuenta de la burla, montó en cólera y ordenó el sacrificio de Lorenzo, condenándolo a morir en una parrilla ardiente con la esperanza de que el dolor le hiciera revelar el lugar donde se habían enterrado los tesoros de la iglesia.
La leyenda nos narra que fue martirizado en una fría mañana de domingo después de la salida del sol y que murió dignamente sin haber revelado el lugar donde se habían escondido los tesoros.
Nunca salió de sus labios la palabra de arrepentimiento ni temor frente a sus verdugos.
Don Juan Platas
Según me contaron los viejos mineros, allá por la sierra de La Encantada, en el municipio de Ocampo, en aquellas tardes y noches cuando después de las duras jornadas de exploración, dedicadas a buscar nuevos yacimientos de plata, por allá en una sierra llamada de La Vasca, existió un minero que nadie supo de dónde vino ni de dónde era, pero que hacía muchos años trabajó en sus minas sacando plata.
Era un personaje un tanto retraído, por ser un aventurero que constantemente cambiaba de minas, pues su genio vagabundo no le permitía estar en un solo lugar.
Fuimos testigos de los lugares donde este minero fundía su plata, más nunca supimos el lugar de donde la extraía.
Después de haber terminado los trabajos de exploración y de retirarnos del lugar, habiendo pasado unos tres meses regresamos al lugar a recoger equipo que se había quedado; nos acompañaba un niño que jamás había estado en la región. Antes de llegar al campamento la unidad tuvo una avería mecánica y sabiendo que el campamento no se encontraba lejos le pedimos al niño que fuera caminando a traer una herramienta, el niño solito fue y regresó comiéndose unas galletas.
Al preguntarle por la herramienta, nos dijo: El viejito que está en el lugar me dijo que la iba a ocupar, que por eso no me la prestaba y me dio algunas galletas.
Corriendo fuimos al campamento y no encontramos a nadie, la descripción del anciano era nada menos que la de don Juan Platas.
MINEROS DE LA IGUANA
La mina de La Iguana se localiza entre los municipios de Vallecillos, Sabinas Hidalgo y Lampazos, en el estado de Nuevo León.
Es una mina abandonada que por los vestigios encontrados en el lugar se demuestra que fue bastante rica y llena de leyendas.
En ese lugar escuché por primera vez hablar de que la iglesia del Santo Cristo de la ciudad de Saltillo, había sido construida en parte por la aportación de un día de salario de los mineros de La Iguana; naturalmente que lo dudé, ""porque una iglesia no se levanta con tan poco dinero"", pensé.
Al paso de los años y al caminar por el callejón, a un costado de la iglesia Catedral, me llevé una tremenda sorpresa, que en una placa se menciona que dicho templo fue construido en parte por la donación económica de los mineros de la mina de La Iguana.
Este lugar también está lleno de sitios donde las consejas de los viejos nos hablan de espantos, de lumbres y de aparecidos. Lo cierto es que fue una mina muy rica y que por razones que nunca investigué, fue abandonada y hoy permanece en espera de que algún valiente pida permiso a los dueños de la mina, para que lo dejen explotarla.
Guardianes de las minas
Durante uno de mis viajes en el desierto de Coahuila, existe un cerro llamado San José de las Piedras, en el municipio de Ocampo.
Es una zona desértica pero donde se practica la pequeña minería. Se encuentra una mina abandonada llamada La Verónica, donde según me contaban, de ahí habían extraído mineral de fluorita de muy buena calidad, pero que desconocían por qué nadie la explotaba ya.
Platicando con un viejito del ejido San Miguel, cerca de la mina, le expresé mis deseos de trabajar esa mina considerando que pudiera tener mineral de buenas leyes.
Sonriendo me comentó que a esa mina no cualquiera podía bajar, pues el alma de una persona que había muerto en ese lugar no lo permitía y se valía de mil artimañas para que nadie interrumpiera y vulnerara su propiedad; es decir, que aquella alma se encontraba en pena y asustaba a los que se aventuraran a entrar.
Según la tradición galesa, allá en el viejo continente, narran que antes de entrar a una mina donde hayan muerto, mineros tienen que pedir permiso a los auténticos dueños de las minas, que son las almas de los muertos en la explotación y que son los fieles guardianes de los tesoros que la madre tierra guarda escondidos.
Así que si alguien va a entrar a una mina abandonada, pida permiso a las almas de los mineros muertos que se convirtieron en guardianes y dueños de esa mina.

Fuente: www.eldiariodecoahuila.com.mx