Política y Sociedad

COLUMNA

En el esfuerzo por comprender la actualidad del contexto electoral mexicano, el análisis de esta crisis de representatividad es imprescindible

Para la existencia de condiciones de gobernabilidad adecuadas dentro de cualquier régimen democrático, se requieren mecanismos de representación que puedan canalizar de forma efectiva las preocupaciones de la población.

Durante la segunda mitad del siglo pasado, en México se consumaron algunos logros importantes en este sentido; por ejemplo, la consolidación de un sistema multipartidista y la llegada de la alternancia en unas elecciones federales.

Sin embargo, en el curso del último par de décadas se ha registrado una creciente crisis de representatividad, consecuencia de un marcado distanciamiento entre ciudadanía y clase política en general, el cual se ha potenciado, entre muchas otras cosas, tanto por la desconfianza derivada de los escándalos de corrupción en torno a figuras políticas de primer nivel, como por la instauración de una correlación entre el poder político y la pertenencia a una élite económica sostenida sobre una torre de desigualdades

En el esfuerzo por comprender la actualidad del contexto electoral mexicano, el análisis de esta crisis de representatividad constituye un elemento imprescindible. No se trata únicamente de una falta de identificación de la gente con los partidos políticos, sino más bien de la instauración de la desconfianza como el punto de partida de la relación entre la población y cualquier actor político.

La política, especialmente en momentos de pertinencia electoral, ha dejado de ser un espacio para la construcción de diálogos y discusiones centrados en ideas y se ha convertido en una competencia entre la credibilidad asociada a los discursos de personajes mediáticos. Lo importante ya no es lo que piensa un candidato o candidata, sino su habilidad para no inspirar demasiada desconfianza.

Precisamente sobre la base de esta situación es que podemos explicar un fenómeno como el de la 4T, cuya llegada al poder se produjo a raíz de la habilidad de su candidato en ese momento, para diferenciarse en el papel de la clase política tradicional y agenciarse el rol de representante de la voluntad popular. El diagnóstico fue impecable, pero los resultados políticos han dejado mucho que desear, por decir lo menos.

Dados los efectos que ha tenido esta irrupción populista en la política de nuestro país, la necesidad de un replanteamiento de los términos de la relación entre la clase gobernante y la ciudadanía se ha posicionado como una urgencia imperante. De ello depende que podamos pensar a la democracia como un modelo factible hacia el futuro. Tanto el ejercicio del poder como la llegada a él no pueden reducirse al ingenio para convencer a las mayorías de que lo que se dice es verdad, hay que respaldar cualquier discurso con hechos y acciones concretas que modifiquen la realidad. La próxima contienda electoral de 2024 será una nueva oportunidad para que los abanderados de las opciones políticas rearticulen su vínculo con la ciudadanía esbozando proyectos de nación viables y con sustento en las preocupaciones cotidianas de las personas.

Twitter: @gomezreyna