Al calor del auge minero que revolucionó Bizkaia y la zona limítrofe de Cantabria durante el último tercio del siglo XIX, las actividades mineras fueron ocupando paisajes que hasta entonces se conservaban prácticamente vírgenes. Al mismo tiempo, la gran cantidad de mano de obra que se demandaba, produjo que en torno a las explotaciones mineras, y para evitar traslados diarios de personal, se fueran creando algunos asentamientos humanos en lugares nunca antes habitados.
��La explotación a gran escala de la minería del hierro generó una rápida y numerosa demanda de mano de obra que pudiese cubrir todos los puestos que la nueva industria minera ofertaba, lo que se tradujo en un importante flujo de inmigrantes a las localidades en las que se asentaban las minas��, señala Juan Ignacio Rodríguez en su libro Barrios mineros desaparecidos, editado por Ediciones Beta junto a la Fundación Museo de la Minería del País vasco.
Estos nuevos barrios, surgidos en ocasiones de forma improvisada y otras propiciados y amparados desde las compañías mineras, fueron contando, poco a poco, con una población estable y con los servicios más básicos que los residentes demandaban, como eran el suministro de agua potable, la instalación de escuelas, la asistencia médica y eclesiástica, la celebración de fiestas patronales o la creación de una pequeña red de comercios para abastecer al vecindario.
��La convivencia en esos asentamientos reforzó las relaciones humanas y contribuyó a la formación de comunidades vecinales con una identidad propia y a la asunción por parte de sus moradores de un sentimiento de pertenencia al barrio en que habitaban��, remarca Rodríguez, quien durante un año ha investigado los orígenes y su trayectoria de una veintena de barrios mineros, algunos desaparecidos físicamente y otros en claro declive o en ruinas. ��Se ha perdido de manera irreparable una parte importante de nuestro patrimonio cultural y lo que queda puede perderse si no se hace algo para preservarlo�� apunta Juan Ignacio.
En este Cuaderno de la Minería, el quinto que auspicia el Museo Minero, Rodríguez Camarero analiza la historia de barrios como Arnábal y Burzako de Barakaldo, Matamoros Burzako de Trapagaran, Triano, Orconera, Cadegal, Granada y La Cerrada en Ortuella, La Barga y La Concha en Abanto-Zierbena, Ledo, La Elvira, El Saúco - Eskatxabel, Urallaga y El Cerco en Galdames, Alén (Sopuerta), Mina Federico (Artzentales) y Setares y Campoezquerra (Castro Urdiales).
GALLARTA En este trabajo de investigación Rodríguez Camarero hace un repaso de los casos más destacados de estos barrios que vivieron sus momentos de gloria cuando la actividad minera se encontraba en su punto más álgido y que hoy en día han desaparecido por completo o permanecen anclados en el mayor de los olvidos. Caso singular, y así lo destaca el autor en el índice, es el del barrio de Gallarta que se encontraba situado en lo que hoy es la enorme corta de la Mina Bodovalle.
No en vano, la desaparición de Gallarta -como anteriormente le ocurriera a La Barga- no se debió al agotamiento de los filones que sí supuso el declive y desaparición de un buen número de estos enclaves como núcleos habitados, sino por el voraz desarrollo de la mina, ya que el subsuelo del terreno en el que se asentaban las edificaciones escondía mineral de hierro en sus entrañas y se hacía necesario su extracción para continuar con la explotación. ��El caso de Gallarta, enclave desaparecido a consecuencia de la actividad minera es un tanto peculiar. No se trataba de un barrio cualquiera sino que constituía la capitalidad del municipio de Abanto Zierbena y, por otra parte, su derribo no supuso la desaparición del barrio como tal, sino que fue reedificado de nuevo en un paraje inmediato al emplazamiento original��. Un nuevo Gallarta que renació a finales de los años 60 del pasado siglo, otros barrios no tuvieron tanta suerte.
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Fuente: www.deia.com
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