En la historia de los grandes empresarios mexicanos, hay nombres que van más allá del éxito económico. Son aquellos que construyen desde el corazón, que entienden que una empresa es mucho más que cifras: es cultura, es gente, es responsabilidad. Roberto Servitje Sendra fue uno de ellos.
Falleció a los 96 años, pero su legado vivirá por muchas generaciones más.
Nació en 1928, hijo de un panadero catalán y una mujer mexicana con una visión clara del trabajo. A los 17 años, mientras muchos jóvenes apenas sueñan con el futuro, él ya caminaba por las rutas de reparto de Bimbo, una empresa que entonces apenas comenzaba y que, con el paso del tiempo, transformaría por completo la industria panificadora.
Roberto no solo aprendió desde abajo: lo hizo todo. Supervisó ventas, creó un departamento de vehículos, abrió operaciones en el Bajío, formó equipos, capacitó con humildad y siempre se mantuvo cerca de su gente. En los pasillos de la empresa, nunca dejó de ser “don Roberto”, el jefe amable que sabía saludar por su nombre a quienes lo rodeaban.
Estudió en Harvard en los años 60, no por vanidad, sino porque entendía que el conocimiento debía aplicarse al bien común. En 1979 fue nombrado Director General de Grupo Bimbo, y bajo su mando se construyeron plantas, se innovó, se cruzaron fronteras. Pero jamás se cruzaron los límites de los valores. Él tenía una frase que repetía con frecuencia: “No basta con crecer, hay que crecer con sentido”.
Ya como Presidente del Consejo de Administración, cargo que ocupó hasta 2013, Roberto impulsó una cultura organizacional donde el respeto, la fe, la dignidad del trabajo y el bienestar del empleado fueron ejes centrales. En una época en la que muchos olvidan el lado humano del negocio, él lo mantuvo como brújula.
Dicen quienes lo conocieron que era un hombre sencillo, de humor fino, apasionado por los motores, la pintura y los pequeños detalles. Que en las reuniones no hablaba mucho, pero cada palabra tenía peso. Que escuchaba más de lo que imponía, y que su mayor orgullo no era el tamaño de su empresa, sino el impacto positivo que tenía en millones de familias.
Su legado no necesita monumentos ni homenajes grandilocuentes. Vive en cada trabajador que encontró dignidad dentro de una panificadora, en cada mesa que se ha servido con uno de sus productos, en cada decisión empresarial que hoy se inspira en sus principios.
Roberto Servitje partió en silencio, como vivió: con firmeza, humildad y profundo respeto por los demás. Y aunque su voz ya no estará presente, su ejemplo seguirá guiando los caminos de quienes creen en un México que crece con propósito
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