El día comenzó sin aviso. No hubo alarma, ni vibración, ni luz encendiéndose en la pantalla. Abrí los ojos porque el cuerpo lo hizo solo, como si algo hubiera cambiado durante la noche. Estiré la mano hacia el buró por pura inercia y entonces lo entendí: no había celular. No estaba apagado. No estaba descargado. Simplemente no existía.
Me incorporé despacio. El silencio era extraño, espeso. Querétaro suele despertar con ruido: motores, pasos, puertas, el rumor constante de una ciudad en movimiento. Esa mañana no. Solo escuché la respiración de mis dos perros, acostados al pie de la cama. Ellos también estaban despiertos, atentos, como si supieran que algo no estaba bien.
Fui a la cocina para prepararles de comer. El espacio estaba casi vacío. No había platos, ni recipientes, ni utensilios. Busqué las croquetas, pero tampoco estaban. Sin empaques, sin transporte, sin industria, incluso alimentar a mis perros se volvió una tarea improvisada. Comieron lo poco que encontré y me miraron en silencio, confiando. Esa mirada, más que cualquier ausencia, me hizo sentir la fragilidad del día.
En el baño no había espejo. La rutina matutina se volvió torpe. Me vi reflejada apenas en una superficie opaca y pensé que, sin minería, incluso la forma en que nos reconocemos desaparece. Todo lo que ayer era automático hoy exigía tiempo, atención y paciencia.
Intenté trabajar. Soy periodista. Me senté frente a una mesa desnuda. No había computadora, no había libreta, no había pluma. Las ideas seguían ahí, pero no existía la manera de sacarlas de mi cabeza. Por primera vez entendí que informar también depende de la materia. Sin minerales, la información se queda atrapada en el pensamiento.
Salí de casa con mis perros. No había autos, ni camiones, ni bicicletas. Las calles ya no eran calles: sin pavimento, sin señalización, sin semáforos, el orden urbano se había disuelto. Caminamos despacio. Ellos olfateaban el suelo con desconcierto. Yo miraba alrededor, intentando entender cómo una ciudad puede desmontarse sin hacer ruido.
Pasé frente a un hospital. Cerrado. Sin instrumental, sin equipos, sin energía. No hubo sirenas ni caos inmediato. Solo la certeza silenciosa de que ese día nadie podría ser atendido como ayer. La medicina moderna también había desaparecido junto con los minerales que la hacen posible.
Las fábricas estaban en silencio. Los parques industriales, inmóviles. Sin acero, sin cobre, sin aluminio, no había producción, ni empleos, ni cadenas de valor. Querétaro, acostumbrado a la industria y la innovación, parecía suspendido en el tiempo.
Al caer la tarde, la ciudad se oscureció antes de lo normal. No hubo luces encendiéndose ni postes marcando el camino de regreso. Volvimos a casa guiados más por la memoria que por la infraestructura. Mis perros se acomodaron cerca de mí, como buscando seguridad en un mundo que había cambiado demasiado rápido.
Fue entonces cuando entendí que este día no era una exageración ni un ejercicio de imaginación extrema. Era una consecuencia lógica. Cuando la minería deja de explorarse, cuando los permisos no llegan, cuando la actividad se frena sin visión de largo plazo, el impacto no se queda en una mina ni en un proyecto detenido. Se filtra poco a poco en la vida diaria, hasta que un día despiertas y todo lo que sostenía la ciudad ya no está.
La minería no desaparece de golpe. Se apaga lentamente. Y cuando eso ocurre, no solo se detiene una industria: se detiene la movilidad, la salud, la comunicación, el trabajo, la posibilidad misma de contar historias.
Un día sin minería no es un futuro lejano ni una advertencia exagerada. Es una realidad posible si se olvida que los minerales son la base silenciosa de la vida moderna. En Querétaro, en México y en el mundo, la minería responsable no es un lujo: es una condición para que el día siguiente exista.
Un día sin minerales: el ejercicio que obligó a imaginar lo impensable
Imaginar lo imposible fue el punto de partida. El 18 de noviembre de 2025, la Cámara Minera de México (CAMIMEX) lanzó la dinámica Un día sin minerales, un ejercicio dirigido a periodistas de todo el país para reflexionar, desde su propio estilo narrativo, sobre el papel esencial que los minerales tienen en la vida moderna y en el desarrollo sostenible de México.
La propuesta fue tan simple como contundente: narrar un día común sin minería. Sin celular, sin computadora, sin transporte, sin electricidad, sin utensilios básicos. Sin aquello que solemos dar por sentado. A través de crónicas, artículos, reflexiones o hilos, las y los comunicadores fueron invitados a “hacer visible lo invisible”, mostrando todo lo que dejaría de existir si no hubiera minería responsable.
Más que un concurso —que reconoció al texto con mayor interacción a nivel nacional—, la dinámica se convirtió en un ejercicio de conciencia colectiva. ¿Cómo informar sin papel ni tinta? ¿Cómo llegar a una redacción sin carreteras asfaltadas ni transporte metálico? ¿Cómo protegerse del clima, cocinar o comunicarse sin los minerales que sostienen la infraestructura del mundo moderno? Las preguntas, planteadas desde la cotidianidad, expusieron una verdad incómoda: sin minería, el progreso simplemente se detiene.
La iniciativa también puso el foco en el rol del periodismo. “Queremos que las y los periodistas que informan al país se atrevan a imaginar lo imposible: un mundo sin minerales. Solo así podremos dimensionar su verdadero valor en nuestra vida diaria y en el desarrollo sostenible de México”, señaló Krystel Lima, impulsora de la dinámica.
Pensar este ejercicio desde Querétaro —un estado marcado por la industria, la innovación y las cadenas productivas que dependen directa o indirectamente de los minerales— vuelve la reflexión aún más tangible. Basta imaginar la ciudad sin acero en sus edificios, sin cobre en sus cables, sin litio en sus dispositivos, sin cemento en sus vialidades. Un Querétaro detenido, desconectado del mundo, con su actividad económica reducida a lo esencial.
El cierre del ejercicio no fue apocalíptico, sino realista. Un día sin minerales no busca romantizar la minería ni ignorar sus retos; busca recordar que el debate sobre el futuro del sector debe partir del reconocimiento de su importancia global. La minería no es solo extracción: es base tecnológica, es salud, es movilidad, es comunicación, es transición energética.
Porque cuando se apagan los minerales, no solo se apaga la industria. Se apaga la posibilidad de seguir contando historias en el mundo tal como lo conocemos.
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