María de Jesús se adentra en la oscuridad y el viento artificial del subsuelo. Descenderá kilómetro y medio hacia las entrañas de la tierra, montada en el Toro, un chaparro camión minero de 38 toneladas que controla con pericia.
El camino hacia el interior no está despejado. En la galería subterránea hay tráfico de hombres, mujeres y vehículos más ligeros o tan pesados como el Toro, que se mueven en la penumbra en su afán de sacar mineral de hierro de la mina.
Para moverse, hay que estar alerta y seguir las instrucciones, vía radio. El Toro podría golpear un muro, chocar con otro camión o enredar algún cable, con consecuencias no favorables.
Pero incluso atendiendo cada orden, siempre “existe riesgo de que caigan piedras”, dice María de Jesús, de 42 años, quien terminó por perder el miedo a las tinieblas del mundo subterráneo y lo sustituyó por la “emoción” de enfrentarse al "peligro".
Estamos en Hércules, localidad del desierto de Coahuila, a 551 kilómetros de Saltillo, la capital del estado, donde se explotan las mayores minas de hierro de México. Mucho más grandes que un estadio, los yacimientos son espectaculares. Tienen la forma de un caracol invertido, de un gigantesco teatro romano, se parecen a la interpretación de los círculos de Dante que hace Botticelli, en El mapa del Infierno.
Son a cielo abierto pero, en ocasiones, cuando la profundidad no deja espacio para continuar el caracol, se empiezan a abrir socavones para seguir con la extracción del mineral, que tiene forma de piedras grises que centellean. Dada la grandiosidad de las minas, los socavones parecen hoyos de ratón.
Es en esos hoyos es donde se pierde María de Jesús, pero una media hora después regresa a la superficie con una carga de 40 toneladas de piedra metálica.
Coahuilense, madre soltera de cuatro hijos y con estudios de secundaria, no encontraba trabajo. Hace seis años se enteró que en las minas de Hércules estaban contratando mujeres. Empezó en la quebradora, una máquina que tritura piedra, después fue yumbera, puesto cuyo trabajo implica perforar la mina para liberar el hierro y ahora es operadora de transporte.
Hércules es la principal abastecedora de ese mineral para la siderúrgica Altos Hornos de México. El hierro ya molido y “licuado” para convertirlo en una especie de lodo, es enviado a la ciudad de Monclova a través de un ferroducto, tubo de acero de 14 pulgadas de diámetro y 382 kilómetros de longitud, que capta también mineral extraído de La Perla, Chihuahua.
Prometeo, Teseo, Zama y Aceros son los inmensos tajos en explotación. Avanzando por uno de ellos aparece Alma. Es de Chihuahua y maneja un camión muchísimo más grande que el Toro. Le dice, simplemente, el Yucle o el Caterpillar. Con 200 toneladas de capacidad, es un monstruo, parece un edificio ambulante. Sólo la altura de las llantas del vehículo supera unas tres veces su estatura, de aproximadamente 1.65 metros.
Ella carga y descarga toneladas de hierro molido o material estéril, en los depósitos de mineral o en los terreros, ambos a cielo abierto. Transita un camino sinuoso de terracería, que constantemente es regado y limpiado por un topador, de cualquier elemento que lo pudiera obstruir.
El vehículo pesa 70 toneladas vacío y tiene una capacidad de carga de 200t. Nos invita a acompañarla por material estéril. Tenemos que trepar escaleras para subir al monstruo.
Cuando carga piedra, trepida el camión, se cimbra la tierra. Ahora vamos camino arriba. Bordeamos lentamente los círculos del infierno. Salimos de ellos y llegamos hasta lo alto, a una especie de acantilado, donde Alma levanta la tolva y descarga al terrero. Otra vez sentimos un gran temblor y pensamos que podríamos irnos, con todo y el Caterpillar, directo al vacío. La descarga de 200 toneladas nos parece eterna. Alma se ríe. No tiene miedo.
Acepta que es "peligroso" cuando llueve. El camino de terracería se vuelve un lodazal y se redoblan los esfuerzos por mantenerlo en buenas condiciones. Fantaseamos con que, si se despeñara el Caterpillar, el impacto sería similar al de uno de los meteoritos que desaparecieron a los dinosaurios.
Nuevamente agarramos camino abajo y Alma aumenta la velocidad a 13 kilómetros por hora (el límite del camión son 30), pero en este monstruo parece que viajamos a 180. “Y eso que vamos despacio”, dice. “Me gusta mucho mi trabajo. Tengo amigas por el feis que me dicen ‘¿A poco eres minera?’ Sí, soy minera, nací en un pueblo cerca de aquí, pero vivo en Hércules desde los diez años. Mi papá fue minero —tiene la ficha 1— y mis hermanos también lo son. Se abrió la oportunidad para que entraran mujeres y luego luego me dieron el trabajo. Mi sueño era manejar un camionzote. […] Pensaban que no íbamos a poder…”, agrega.
—¿Quiénes?
—La familia, el sindicato, los hombres…
Fue en 2006, cuando empezaron a contratar mujeres para el trabajo en las minas en Hércules, no sin cierta desconfianza. De hecho, durante siglos, la minería estuvo marcada por una leyenda que aseveraba que las mujeres no debían pisar una mina, pues ésta, celosa, escondería sus riquezas y provocaría catástrofes.
Pero en el caso de Hércules las dudas tenían más que ver con la capacidad de las mujeres, “no es que el sindicato se opusiera”, dice Francisco Orduña Mangiola, director de Comunicación Social y Relaciones Públicas de Altos Hornos de México.
—¿Qué resultó de la incursión de las mujeres en esta actividad?
—Las mujeres trabajan mejor que los hombres: no faltan, no llegan crudas, no hacen ´San lunes´, son más dedicadas y como que le imprimen… ¿Cómo decirlo? Un sello delicado al trabajo —dice.
En ello coincide con la Cámara Minera de México (Camimex); en su Informe Anual 2012, expuso que el trabajo de la mujer en la industria es “altamente benéfico, porque se encontró igualdad de productividad frente a sus pares masculinos, pero sobre todo un mayor sentimiento de lealtad, menos ausentismo, mayor responsabilidad y un trabajo más cuidadoso que permite un mayor rendimiento de la maquinaria…”
En México, las mujeres empezaron a incursionar en la minería a finales de la década de los noventa, primeramente en los yacimientos de plata de Real del Monte y Pachuca, en Hidalgo, propiedad también de Altos Hornos de México.
En el país, se dedican a esta industria unos 300 mil trabajadores, de acuerdo con cifras del Instituto Mexicano del Seguro Social. En el Primer Foro Mujer en la Minería 2013, en Hermosillo, el secretario de Economía de Sonora, Moisés Gómez Reyna, dijo que 50 mil son mujeres, la mayoría aún en labores administrativas y pocas en producción.
Se puede decir que actualmente en el país hay un boom en la incursión de las mujeres en la minería y cada día más en la operación directa.
El hecho es que mujeres que se dedican a la minería las hay en Sonora, Zacatecas, Durango, Hidalgo, Chihuahua y Coahuila, y su inclusión está directamente relacionada con el cambio tecnológico, en donde la automatización de la cadena productiva vuelve casi innecesaria la fuerza física en la operación de una mina.
No obstante, el trabajo es rudo, conlleva riesgos y requiere gran concentración. Hércules nunca duerme. Sus trabajadores se turnan tres jornadas, incluidas las mujeres.
Laboran en los yacimientos de Hércules sesenta mujeres, diez por ciento del total de los mineros de la localidad; dieciocho de ellas, permanecen toda la jornada, de ocho horas, bajo tierra. “La idea es contratar más”, dice Orduña. Hércules tiene reservas probadas de hierro para los próximos 40 años.
Con aproximadamente seis mil habitantes, Hércules concentra la mayor parte de la población del municipio de Sierra Mojada. Viven en la localidad en promedio unas 6,500 personas. Está en las faldas de una serranía cuya composición mineral le da apariencia de humedad, pero es sólo una ilusión porque está en el desierto.
En Hércules, todos los adultos se dedican, de una forma u otra a la minería o a los servicios que ésta requiere; el poblado estará en medio de la nada, pero es muy agradable. Calles bien trazadas, casitas de colores, muchos árboles, escuelas, guardería, cine, clínica, alberca, iglesias (católica y cristiana), estación de radio y hasta alberca, bajo el cielo tan azul del desierto.
El lugar es propiedad de Altos Hornos de México, que necesita el hierro para fabricar acero. La mayor parte de las viviendas pertenecen a la empresa y son prestadas a los trabajadores que reciben además electricidad y agua. El pueblo está protegido por un destacamento militar.
La ciudad más cercana a Hércules es Camargo, Chihuahua, a dos horas por un camino de terracería. Camargo es una urbe de casi 50 mil habitantes, que en tiempos de Rafael Caro Quintero resultó beneficiada económicamente con la siembra de mariguana y que en los últimos años ha sido asolada por la violencia del narcotráfico.
Pero la localidad minera marca un contraste: “Dejas una bicicleta aquí y nadie se la lleva, los niños pueden salir a jugar libremente, no hay robos. Vivir en Hércules es algo muy diferente, te sientes como en casa, a pesar de que no es una ciudad, no hay lujos, ni grandes tiendas”, dice Carmina, de 28 años, nacida en Durango, operadora de la pala y el camión.
Cuando entró “ni siquiera sabía manejar”. Madre soltera de una niña de nueve años, ha pasado por las bombas, bandas, cartuchos y quebradora. “Gracias a Dios me va bien. A pesar de que existe el machismo y todo eso, aquí los compañeros se han acoplado bien al hecho de que la mujer ande trabajando”, cuenta.
Los salarios base de las mineras son similares a los de los hombres y oscilan entre 2,500 y 3,500 pesos libres a la semana.
Por más que preguntamos, ninguna mujer se quejó de machismo en el trabajo. Esperábamos historias del tipo de la película estadounidense North Country, en donde la actriz Charlize Theron interpreta a una mujer estigmatizada y sexualmente acosada por trabajar en una mina de hierro, pero no las encontramos.
El sol hace estragos en la piel de las mineras. Arrugas alrededor de los ojos, también las tiene María García a sus veintitantos años. Es de Chihuahua y toda sonrisas. Maneja una perforadora, máquina que detecta las concentraciones de hierro donde dinamitar.
Su esposo también trabaja aquí y tiene un hijo de trece años. También fue quebradora y su familia y amigos “no se la creen” que trabaje aquí.
—¿Qué es lo que más te gusta de ser minera?
—Todo, pero lo más, lo más, es que traigo un chalán que es hombre y yo le tengo que decir qué es lo que se va a hacer —asevera risueña.
Sin embargo, en la labor diaria no hay recelos de género. La mujer asentó sus pies en la minería y se ha ganado el respeto de los varones, algunos de los cuales llegan a reconocer que en el manejo de algunas maquinarias “son mejores que nosotros”.
Fuente: Este reportaje fue publicado el 22 de abril de 2014 en el portal de Vice
¿Comentarios?
Déjanos tu opinión.