COLUMNA
Sin duda la inflación es uno de los mayores “enemigos” del bienestar y la paz social, ya que carcome el poder adquisitivo de la población y, por lo tanto, los limita de comprar satisfactores tan básicos como los alimentos.
En un sentido general, el poder de compra se define como la cantidad de bienes o servicios que se pueden adquirir con una moneda o bien con un determinado nivel de ingresos.
Hace unos días el Banco de México (Banxico) informó que la inflación general en México llegó en julio a un nivel anual de 8.15%, el más alto en nuestro país desde diciembre del 2000.
Pero en el caso de los alimentos, en los últimos 12 meses estos han subido un 13.9%, esto es muy por arriba de la inflación general y del objetivo anual de variación en los precios de entre 2 y hasta 4%, establecido por el Banco de México (Banxico).
Pero en muchas ocasiones estas cifras no le dicen nada a buena parte de la población, ya que para ellos interpretar porcentajes y metas de inflación, realmente no es lo suyo.
No obstante, sí es importantísimo saber a detalle cómo nos afecta una inflación elevada y sobre todo los efectos nocivos que tiene en nuestro poder de compra como consumidores, además del impacto que deja en nuestra vida diaria y la convivencia familiar.
Por ello, en esta ocasión analizaremos los efectos que puede tener la inflación para la compra de alimentos y en la convivencia de las familias, ello con un ejemplo bastante simple: El costo de una carne asada.
Supongamos que tenemos a una familia pequeña de clase media de solo seis integrantes, a los cuales les gusta convivir al menos un fin de semana al mes con una carne asada y son muy moderados en su consumo de alcohol.
De acuerdo con los precios promedio con los que construye el Banxico el Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC), en noviembre de 2018, para esta familia tener una carne asada de fin de semana tenía un costo de al menos mil 114.06 pesos.
Este total se obtiene de que compraban: dos kilos de carne arrachera, un paquete de 50 tortillas de harina, un kilo de tortillas de maíz, dos kilos de aguacate, un kilo de queso Chihuahua, un six de cerveza light, un refresco de 2 litros, medio kilo de chile serrano, un kilo de tomate, un kilo de cebolla, 1 kilo de frijol pinto y un kilo de limón agrio.
En julio pasado, comprar estos mismos productos y cantidades les saldría en mil 737.08 pesos, esto es, 623.02 pesos más caro que hace menos de cuatro años.
Esto significa que la inflación acumulada en el caso de las carnes asadas familiares fue del 56% de noviembre de 2018 a julio de 2022.
La realidad es que muy pocas personas pueden decir que sus ingresos en los últimos 3 años y medio aumentaron en más de 50%, y más si consideramos el impacto que tuvo la pandemia en 2020 en las percepciones de la población ocupada.
En noviembre de 2018, el salario promedio de los trabajadores formales registrados ante el IMSS en Sonora era de 307 pesos diarios (9 mil 200 pesos mensuales), mientras que en julio de 2022 asciende a 450 pesos al día (13 mil 500 pesos al mes). Esto es un incremento de apenas 46% en ese lapso, lo que está 10 puntos porcentuales abajo de lo que subió hacer una carne asada.
Ante esta situación, la familia hipotética que tomamos de ejemplo tiene las siguientes opciones para sortear el aumento de los precios: bajar la cantidad y calidad de los alimentos que compran para sus convivios o bien reunirse con menor frecuencia.
¿Usted cuál decisión tomaría? Sea cual sea, es seguro que ninguna de las dos contribuye a un mejor bienestar social y familiar.
Por Moisés Gómez Reyna
@gomezreyna
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